Día 24 de abril de 2020: ¿Qué hacemos?
Autor: Alejo Parraga Iotti
Hola soy El Rey. La verdad es que estamos atravesando una situación rara en casa.
Hace ya casi un mes que no escuchamos nada. Es extraño, ya te digo, no sé cómo describirlo con certeza. Es como si de repente el mundo se hubiera silenciado. El esfuerzo de mamá, ha logrado que ésta noche podamos comer con tranquilidad, después de tanto tiempo esa gacela que tanto nos gusta. Sin sobresaltos, sin interrupciones. Con solo el ruido de ese mono encima de nuestro árbol familiar.
No saben cómo grita, creo que recién ahora estoy empezando a poder escucharlo.
Qué situación tan extraordinaria, la verdad que me encanta.
Hola me llamo Taí. He bajado del árbol a comer las sobras que dejó Karín El Rey.
He llamado a toda mi familia para que bajaran a comer. Esos angurrientos se han cazado media Sábana Africana y ya no pueden comer más.
Hoy es la primera vez en años que he comido tanto y tan bien que ya no puedo ni moverme por un rato. Ese perezoso me mira y me dice; creo que ya nos vamos entendiendo.
Buenas tardes: si leen esto es porque ya estoy muerto. No quiero aburrirlos pero han venido unas personas y me han quitado mis largos dientes, he muerto de hambre por ello.
Me gusta observar mi casa desde aquí arriba, Taí y Karím se han puesto panza arriba de tanta comida por primera vez en años.
Y lo que más alegría me da es que Calum, mi hijo tiene unos dientes largos y fuertes, a él espero que no se los roben. Yo cuando he despertado, ya no los tenía.
Buenas noches soy Calum. Esta situación es muy distinta. He perdido a mis hermanos y a mí padre por la misma situación creo yo. Recuerdo que han venido unas personas haciendo ruidos muy fuertes. Yo me asusté y salí corriendo. Mi familia no pudo escapar. Cuando se despertaron, lo hicieron sin los dientes largos. Con el paso del tiempo han muerto todos de hambre.
Espero que ese día nunca me llegue. He conocido a Gala, ella es muy sexy, y en sus dientes largos puedo ver reflejado el Sol. Quiero hacer una familia con ella.
Buenos días. Soy Sara. Me gusta comer las hojas de los árboles. Entre más altas mejor. No me gusta agacharme. Desde aquí arriba veo como disfrutan de la selva el resto de esta gran familia.
Yo soy la más alta de todos. Aunque soy muy tranquila.
Hace varias semanas que las hojas tienen un gusto muy diferente. Se ven más brillantes, más sabrosas, supongo que él no escuchar siempre esas explosiones tendrá algo que ver. Antes tenían ese gusto amargo y ese color negro que las cubría como si alguien las hubiera prendido fuego. También puedo sentir ese olor que inunda nuestro hogar.
Hola soy Alejo. Mi padre está encerrado en casa conmigo. Dice que quiere salir porque su pasión es la caza mayor. No podemos. Hay un virus contra el que hoy por hoy no podemos luchar. Covid-19 se llama. Será mejor que todos hagan lo mismo y se queden.
Parece peligroso.
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Día 30 de mayo de 2020: Crónica de un estado de alarma.
Autor: Luis de Lucas.
Todas las mañanas paseo al perro, que es de mi hija, porque ella está en clase telemática.
Hoy, cuando salía, el portero me ha informado con todo detalle de los distintos tipos de mascarilla y en donde pueden comprarse a mejor precio. En el jardín comunitario, por una señora que protegía del mío a su perrito, he conocido de manera muy científica que los perros, sin padecerlo, también trasmiten el virus.
Al volver a mi casa, he contado estos pormenores sin ningún asombro. Es evidente que la tragedia ya forma parte natural de nuestra realidad cotidiana. Ahora, solo en la habitación, es precisamente esta extraña naturalidad la que me causa un estado de alarma.
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Día 3 de mayo de 2020: Turno de noche en el Nautilus.
Autor: Carlos Ruiz.
Me falta aire así que ahorraré en palabras. Sobra el contexto, pero a las siete de la mañana termina mi turno y no tengo que pedir perdón por venir a trabajar. Los pilotos han llegado hace un rato, les he dado las tarjetas de sus habitaciones y les he explicado brevemente cómo funciona el wifi. Preguntan, a través de la mascarilla, si el bar del hotel no abre para ofrecer desayunos. Son holandeses y llevan toda la noche volando, aerolíneas de mercancías. El único tipo de cliente para el único hotel abierto en el centro de Edimburgo. Suspiro y les indico como llegar al supermercado de enfrente, que abre en una hora. Pero, medito, hoy es lunes y a primera hora únicamente los trabajadores esenciales tienen permitida la entrada para abastecerse. Les digo que lo siento. No es verdad, pero tras un mes teniendo la misma conversación cada madrugada uno se hace a todo. Abatidos, suben a sus apartamentos. Llega mi relevo, intercambiamos novedades mientras nos lavamos las manos y le pongo al día. No ha sucedido nada importante durante la noche. Me ha tejido una bufanda de lana verde. La otra tarde la vi con las agujas en recepción. No hay nada que hacer, así que cada uno se dedica a sus aficiones. Es lo más bonito que han hecho por mí en mucho tiempo, aunque sea irregular y enorme, pero es su primera prenda y es genial. Hacemos gestos de abrazo, patéticos pero divertidos, y subo a mi apartamento a hacer las maletas. Cuatro noches en el hotel, trabajando, y cuatro días en casa. El taxista tiene cinco clientes por jornada y apenas cubre gastos. La puerta de casa está cerrada por dentro. Llamo para que me abran. Mis compañeros de piso no están trabajando, no saben si van a cobrar el subsidio del gobierno y están paranoicos conmigo por si les contagio. Caras largas y conversaciones apagadas mientras coloco la compra en la despensa. Tras unas semanas de pavor, vuelven a reponer arroz, pasta y papel higiénico con normalidad. Decido que este mes pagaré yo todo el piso. Estoy cobrando mi sueldo íntegro y apenas tengo gastos, tampoco hay en qué. Esta semana tenia vacaciones en Múnich con una vieja amiga y después iba a ver a Nick Cave en Glasgow. He recibido casi todos los reembolsos, lo considero un sobresueldo. Mi mejor amigo me manda un video de su hijo pequeño diciendo mi nombre. La madre ha dado positivo. Es enfermera en Euskadi. Quiero volver ya al hotel. La chica nueva con gafas me tiene intrigado. Anoche me dio un susto en el ascensor, nos sentamos a hablar y ninguno queríamos irnos. Descubrí que le gusta Nick Cave y que iba a ir al concierto de Glasgow. Dijo que si hubiera sabido que yo también iba, podríamos haber ido juntos. Al pensar en ello me falta el aire y pienso que ojalá hubiese llevado una vida más sana. Ahora más que nunca espero que el COVID me deje respirar hasta después del confinamiento. Sólo eso.
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Día 3 de mayo de 2020: Panegírico a una Maga y a su madre.
Autora: Ainoa Boyd.
Yo no la conocía de nada y quizá nunca lo hubiera hecho si no se hubieran ceñido cielos oscuros en nuestro horizonte.
Trabajaba en esos días tratando de esparcir pedacitos de luz de la inmensa aurora que nos nutría en esos tiempos y me dijeron:
–Tienes que hablar con ella porque te va a enseñar como se lleva el faro para alumbrar un camino que aún no has recorrido–.
Solo fueron 10 o 15 minutos creo, y es que el sentido del tiempo se pierde cuando el mundo se para. Y en ese poquito tiempo, que en realidad solo eran ceros y unos viajando por una red, me trasmitió tal fuerza, tanta verdad e ímpetu que quede eclipsada.
Los días siguientes la busqué, me embebí en todo lo que pude encontrar y siempre, no importaba los años del archivo, tenía ese mismo brillo y esa autenticidad arrolladora.
En nuestro fugaz encuentro me pidió muy poco y a la vez mucho, según se mire. Me dijo que para que el faro alumbrara con fuerza solo se necesitaba un acto, desnudarse y que con sólo eso el faro brillaría con tal intensidad que iluminaría el horizonte.
Y en el baúl de ceros y unos, ella repetía ese mensaje una y otra vez, e insistía; ensaya, trabaja, trabaja y trabaja. Y eso hice hasta el punto de llorar de impotencia y con lágrimas en los ojos y el entendimiento nublado seguí una y otra vez, buscando, arrancándome la piel para hallar esa desnudez.
Y por fin el reloj sonó un nuevo día y ahí estaba. Lo preparé todo y respiré y sonreí.
Y llegó el día del viaje. Había mucho barullo a los pies del arco iris que ese día iluminaba la oscuridad. Decenas de voces nerviosas y diálogos internos aún más ruidosos. La plataforma de ceros y unos lucía vacía en medio del caos y apareció ella, la Maga, vestida de oscuro y de calma, voz portentosa, mirada indescriptible y envuelta con un chal de sabiduría, y se hizo el silencio. Ella pronunciaba un conjuro mágico y, una por una o varias a la vez, salían volando por el arco iris y este se iluminaba arrancando exhalaciones de admiración entre las que esperaban.
Y así transcurrieron 12 horas, sin embargo, mientras yo esperaba y escuchaba noté un requiebro de alma y presté atención porque es un sonido que me resulta muy familiar y ahí la vi, desnuda y brillando con una potencia inusitada. Ya no había mantos, ni mirada profunda, ni voz portentosa, solo había esencia en estado puro y era más cierta y poderosa que nunca.
En ese momento entendí, como una bofetada de verdad, lo que días antes intentaba transmitirme y que algunas veces, fugaces en mi vida he sentido, no hay nada que pueda contra la desnudez, nada que evite el brillo de la vulnerabilidad, porque la verdad, así como el sol, no se puede tapar con un dedo.
Este panegírico es en honor a la dama que perdió a su madre en esta tragedia y a la madre que nos regaló un alma sabia. Su fuerza, su magia y su espíritu “viejo” no solo nos guió a través del viaje del arco iris, sino que además nos regaló el verdadero significado de la palabra resiliencia.
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Día 8 de mayo de 2020: Cuento demente.
Autor: Diego Arahuetes.
Llegué de nuevo a la casa. Después de varias horas conduciendo, tenía ganas de encender el fuego y tomarme un té. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que estuve en ese pueblito costero. Era de noche y hacía un frío como de aquellos que ya no se recuerdan. Atravesé el porche y me acerqué a la puertecita de la entrada. La cerradura se había oxidado, después de varios forcejeos con la llave, finalmente empujé el pomo y entré. Estaba todo a oscuras, olía a humedad y madera. A cada paso que daba, sonaba un fuerte chirrido, como si en cualquier momento me fuera a hundir en las arenas movedizas, de un piso poco firme. Empecé a buscar el interruptor de forma torpe, con los brazos estirados para no chocarme, tocando con las manos todo lo que se interponía en mi camino, fui poco a poco golpeándome con aquellos objetos que osaban interponerse en mi ruta. Tras varios tropezones con algunos de los muchos cachivaches que estaban desparramados por el suelo y a punto de caerme, conseguí mantener el equilibrio apoyándome en la pared y, de casualidad, apreté un interruptor. Se encendió una pequeña luz al final de lo que parecía ser un estrecho y sombrío pasillo. Mis pupilas comenzaron a enfocar, acostumbrándose lentamente a la tenuidad amarillenta de aquella pequeña y sucia bombilla. Ni siquiera la penumbra podía evitar la fina capa de polvo, perfectamente visible, que envolvía todo el espacio y sostenía, como si de eso se tratase, la poca iluminación que había. Comencé a mirar por todos los lados, buscando no se muy bien qué. Fijé la mirada en un cuadro que se encontraba colgado en el centro de una sucia pared frente a la que yo me encontraba. No recordaba haber visto nunca ese cuadro, era un tanto extraño, parecía como si no perteneciera a ese lugar. Me acerqué para mirarlo con más detenimiento y ver si me traía algún recuerdo, pero no, estaba totalmente seguro de que nunca antes podía haber estado ahí. Alguien debía haberlo traído. Mis padres me habían dicho que desde la última vez que salimos de esa casa, nadie había vuelto a vivir en ella. En la imagen se podía ver una mancha negra en el centro, una especie de estallido oscuro que había dejado restos del colapso alrededor. Pensé durante un buen rato qué haría ese cuadro ahí. Quién habría entrado para colgarlo en la pared y porqué esa imagen tan siniestra. Estaba totalmente absorto, había olvidado por un momento que estaba de nuevo en aquella casa. Giré hacia el otro lado de la estancia y de nuevo, me puse a buscar bombillas que encender. Había telarañas por todos los lados, unas botellas de vino medio llenas sobre la mesa y un cenicero lleno de colillas. Al lado del vaso, un par de libros y un cuaderno. Cogí este último para ver qué había escrito. Tenía la sensación de que todas esas cosas no eran nuestras, alguien debía haber pasado un tiempo en esa casa, aunque por las condiciones del lugar, hacía tiempo que también se había ido de allí. Comencé a leer, la caligrafía era poco clara, pero se entendía con un poco de esfuerzo. “Me olvidé de ti, de ellos. Me olvidé” decía una frase al comienzo del cuaderno. Me entró un escalofrío que recorrió todo mi cuerpo. Qué quería decir aquello, lo cerré y me recosté sobre el respaldo del sofá.
Después de varias horas me desperté. Fui incorporándome poco a poco, había una luz encendida, me sentía desubicado. Me puse en pie y comencé a pasear por el espacio. Mi cuerpo se había quedado entumecido, no entendía nada. Enfoqué la mirada en lo que parecía un cuadro, me acerqué y observé detenidamente el dibujo. No me gustó nada, un simple dibujo de un niño pequeño, una mancha negra grande en el centro y garabatos por todos los lados. Quién habría colgado eso en la pared. Enfadado y confuso a la vez, me senté en el sofá, me serví una copa de vino y encendí un cigarro. Estaba agotado. Cogí mi cuaderno y comencé a escribir…

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Día 12 de mayo de 202o: Los bichos.
Autora: Lola Rodríguez-Jalón
Están por todas partes, si abro la ventana no se van, entran y se quedan.
Me he restregado por todo el cuerpo una loción que huele fatal. Apesta.
No hay manera siguen en el cuarto.
Enciendo la luz a ver si hay suerte y se quedan pegados en algún sitio porque he rociado
el dormitorio con un producto que me han recomendado.
Siento que se acercan. Cojo la zapatilla. ¡Zas!
¡Malditos mosquitos!

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Día 3 de junio de 2020: Ventanas.
Autor: Carlos Gil de Gómez.
Se acercaba la hora, no podía seguir perdiendo más el tiempo con programas televisivos insípidos y poco productivos. Apagó la televisión y depositó el mando a distancia en la mesa auxiliar. Mientras se encaminaba a la habitación dudó entre ducharse o no, preguntándose si sería pertinente ante la cita de las 20:00 horas. Tomó una decisión intermedia: acudió al baño, se quitó la ropa y pasó su desodorante roll-on por las partes de su cuerpo más propensas a la sudoración. Sería suficiente, se convenció. Ya en su habitación eligió cuidadosamente la ropa y la dispuso sobre la cama. Intentaba recordar la última vez que había combinado esas prendas y con un convencimiento poco habitual consideró que era el atuendo correcto: ni muy cuidado ni demasiado informal. Con disciplina prusiana fue cubriendo su cuerpo siguiendo un orden previamente establecido hasta que su cama fue desprovista de ropa. Miró el reloj, tenía veinte minutos para maquillarse. Era suficiente si no perdía el tiempo en ninguna otra cosa. Se acercó al espejo del baño y estudió la imagen que devolvía. Su rostro estaba pálido y algo más delgado, nada raro tras los días en casa. Por lo demás, se veían tan bien como siempre. Mientras elegía cuidadosamente el maquillaje se notó nerviosa ante la cercanía de la hora estipulada para la cita. Aceleró el proceso para estar dispuesta unos minutos antes de la hora en punto. Finalizado el ritual se alejo del espejo para ver el resultado en su conjunto. Estaba lista y todavía le sobraban unos minutos. Se sentó en el sofá a esperar y no parecer demasiado nerviosa. En la calle empezó a escucharse un murmullo y no pudo aguarte. Su cita ya había llegado.Abrí la ventana y se dispuso a aplaudir como cada día a la misma hora. Sus vecinos de los días anteriores la saludaron con una sonrisa cercana y cálida. Excepto ella, todos los demás parecían más relajados en sus atuendos. Poco le importaba, para ella era el mejor y único momento del día en el que podía disfrutar de la compañía de otras personas. Estaba feliz y disfrutando del momento. Sus aplausos eran sinceros, fueran dirigidos a los sanitarios, a los bomberos o a cualquier otro colectivo. También era su momento, un instante de comunión con la sociedad, con la gente, con sus vecinos.

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Hermosa fábula… Para que abramos un poco nuestras cabezas
¡Sí! Estamos de acuerdo, Martín, muchas gracias por su comentario. Es imaginativa y certera. ¡Un cordial saludo!
Hermoso cuento para leer con una mente abierta y presentar a nuestro planeta de una manera diferente
¡Sí! Completamente de acuerdo, Anita.
Excelente cuento.Para hacernos pensar como vivimos.muy bueno
Exacto Villa Iotti, son tiempos de reflexión.
Es ver la situación desde el otro lado… Este cuento deja una moraleja: El ser humano no es consciente del daño que causa a los otros habitantes del planeta. Me gusta la manera sencilla con la que Alejo expone esta cruel realidad.
Es verdad, Graciela, siempre es importante la mirada del otro, en este caso, la de aquellos con quienes compartimos el mundo.
Además de ser una gran fábula con una moraleja increible , la cual hace recapacitar del daño ocasionado al planeta y a los seres vivos que habitan en èl ,el autor logra, con las descripciones y detalles precisos, que brinda acerca del lugar donde transcurre la historia, un acercamiento con el lector, qué consiste en el poder sumergirse en su imaginación y sentir como si fuera un espectador de ese escenario.
¡Completamente de acuerdo, Celeste Carranza! 😉
Muchas gracias por todos los comentarios. Me alegro de que el cuento haya logrado, de alguna manera, transmitir lo que siento hoy en día a ver qué el mundo sigue progresando sin toda nuestra destrucción.
La idea era esa. Tratar de tomar conciencia de una forma distinta, las consecuencias que ejercemos sobre nuestro planeta. Y ver como dice el título qué hacemos? Al respecto aportando nuestro humilde granito de arena desde donde podamos.
¡Queremos más “humildes granitos de arena”, Alejo! ¡Muchas gracias por tu participación!
Al menos este virus le está dando un descanzo al planeta,muy lindo tu cuento
Sí, es muy importante también tomar conciencia de las cosas verdaderamente importantes.