Ahora que se puede, un texto teatral de Carlos Gil de Gómez para Diario Literario de un Confinamiento

 

 

 

 

 

 

Diario literario de un confinamiento: Día 3 de junio de 2020.

Ahora que se puede.

Autor: Carlos Gil de Gómez.

LEANDRA. SIRVIENTA

GENE. MUJER DE ÓSCAR

ÓSCAR, MARIDO DE GENE

(En la cocina del piso. Gene pasa revista a Leandra). 

–Quiere que compre algo para la cena, señora –pregunta Leandra con su dulce y cantarina voz –Puedo prepararle algo para la cena al señor y a la señora –Gene le había dejado claras un par de cosas antes de comenzar a “servir” (como lo llamaba la señora). Una de ellas era cómo debía dirigirse a ellos, dentro y fuera de la casa. Nada de llamarlos por su nombre y nada de referirse a ellos en el marcado por otros términos que no fuesen esos. Les deba una distancia que a Gene le gustaba: ellos eran el señor y la señora y ella era, simplemente, Leandra, a secas.

–No, cenaremos fuera, ahora que se puede –no estaba segura de ello, pero después de esta respuesta, daba por seguro que cenaría fuera. Le encantaba, como señora que siempre había aspirado a ser, poder cambiar de opinión y de planes sobre la marcha, lo identificaba con un signo de poder y de libertad de acción frente a otra persona que debía atenerse a sus cambios de humor.

–Muy bien señora.

–¿Has limpiado los baños?

–Si, señora.

– ¿Y planchado las camisas?

–Si, señora.

–Bien –contesta satisfecha Gene pensando qué más debía hacer antes de dejarla marchar, algo parecido al comportamiento de la madrastra de Cenicienta pero en un cuento mucho más crudo y real: ni una era viuda de Rey, ni otra se terminaría casando con un príncipe azul.

Leandra estaba de pie, frente a la señora, esperando a que terminase de preguntarle por todo lo que debía estar acabado, tratando, está segura, de descubrir algún aspecto que le permitiese echarle en cara algo.

–¿Y el horno? El otro día estaba sucio por dentro, entre las resistencias.

–Sí señora, lo limpié el lunes.

–Bien.

Ni que decir tiene que Leandra llevaba puesto algo parecido a un uniforme, una especie de delantal un poco más largo de fondo blanco con gruesas rayas azules que dejó en sus manos la señora el día que la contrató o para ser exactos el día que empezó a trabajar en esa casa porque de contrato ni habían llegado a hablar. Lo cierto es que tenía mucho cuidado en no ensuciar el uniforme, básicamente porque no tenía otro, por lo que no podía olvidar lavarlo en su día libre para que estuviese limpio, seco y planchado.

–Otra cosa, ¿cómo se llaman los platos típicos que nos haces? La tortilla de papas, nogales o nagalas, el menudo y todo eso. He pensado que un día voy a invitar a mis amigos a cenar, ahora que se puede, y nos haces 6 o 7 platos tuyos para que los prueben. Estamos todo el día en restaurantes exóticos y te tenemos aquí… mientras no sea comida china… –termina como si hubiera descubierto ahora que Leandra se hubiese criado lejos de España.

–Le puedo hacer llapingachos, nogadas, muchines, fanecas,… –le costaba recordar 8 platos así, sin pensarlo previamente. Desde luego, era curiosa, como “La muso” llegaba a pedirle que cocinase la comida de su país cuando, desde siempre, había despreciado todo lo que tuviese que ver con ella. Un día la llegó a denominar comida de la tribu y ahora resulta que era exótica. Su cara nunca dejaba entrever sus pensamientos, eso lo había aprendido desde el momento que había empezado a trabajar en casas de españoles. La muso, como le había apodado sus amigas cuando les contaba cómo era: “La muso”, de Mussolini, le había dicho entre risas su buena amiga Camila. Si ya era dura aguantarla días alternos, el confinamiento le había “cogido” allí y no le habían dejado marcharse, so pena de perder el empleo. Lejos de los suyos y aguantando las impertinencias de la arrugada dictadora.

–Lo que quieras. Me dices antes lo que es y cómo se llama cada cosa –Gene estaba pensando en el protagonismo que tendría esa noche antes sus amigos. Exotismo gastronómico en su propia casa. Sonríe para ella misma, satisfecha por su genial idea.

 

(Gene sola en la cocina, escudriñando cada rincón en busca de algún defecto).

Con Leandra en su habitación, Gene echa una ojeada a la cocina para, de un modo poco consciente, buscar algún error o dejación de funciones de su empleada. Al apreciar todo a su gusto le asalta una extraña sensación de desazón y felicidad: estaba todo tan perfecto que no podría castigar psicológicamente a la chacha. De vuelta a la habitación, le asaltan los fantasmas de la reciente cena y la conversación sobre inmigración y política.

(En la habitación, Óscar y Gene repasan el estado de la cuestión). 

–No me jodas –espeta sin mucho miramiento–. Van a traer todas las enfermedades a España. Y los de la Unión Europea ni se enteran. Ahora los chinos…

–Ya –contesta Óscar sin prestar demasiada atención, ya se había tratado durante la cena y lo creía acabado.

–Es verdad. Viene aquí sin papeles, sin nada… que no sé porqué no se quedan en su país y claro, traen sus enfermedades –Gene estaba convencida de que todos los males procedían del comunismo o del tercer mundo. –si es que lo digo siempre…

Mientras habla con su marido, sigue quitándose la ropa y los pendientes. Busca el camisón debajo de la almohada en una cama sin la más mínima arruga. Ya se lo dejó bien claro a Leandra, que no quería ni una arruga en la cama del señor y de la señora. Le molestaba tener que explicarle a una “gringa” (así denominaba a todos los latinoamericanos y filipinos) que, en su país, las camas deben estar bien hechas. Con todo lo que le pago, ya debería estar satisfecha, se decía siempre, no tenía la culpa de que en sus países no tuviesen camas.

–Es que ahora, con lo del Ébola… –Oscar nota a su mujer especialmente irritada con ese tema. Más que de costumbre.

–Eso ahora, pero antes fue la gripe aviar y lo de las vacas locas y muchas más… y el Ébola –lo cierto es que no sabía ninguna más, ni siquiera si la gripe aviar tenía algo que ver con los inmigrantes, pero poco le importaba.

–Si… Luego se queda en nada… –resopla Óscar sin pensar, mientras apoya cuidadosamente su reloj en la mesita de noche.

–¿En nada? Ya me lo dirás cuando no podamos salir de casa, ya me lo dirás.

–Quería decir que muchas de sus enfermedades no llegan a España –se disculpa.

–¿Que no llegan a España? Pero qué iluso eres. Si no vieras tanto la Sexta… –Ironiza Gene.

–No veo la Sexta.

–Bueno, es igual. Es que he discutido con Gloria esta mañana, en el trabajo. ¡Esa sí que ve la Sexta! –Dice Gene levantando un poco la voz.

–Menuda socialista está hecha esa o algo peor… –Óscar trata de calmar a su mujer, que no le había comentado ese nuevo incidente con su compañera de trabajo. No quiere escuchar otra vez la típica discusión con Gloria.

–Es que me pone de los nervios. Que si vienen porque no tienen otro remedio, que si debemos atenderlos, no me… –Gene contienen su palabras.

–No le hagas caso. Vamos a dormir.

Óscar apaga la luz de su mesilla mientras observa como su esposa se da crema en las manos. El ritual de cada noche. Cuando ésta acaba, deja el tarro dentro del cajón de su mesita y apaga la luz.

–Por cierto, amor, no te he preguntado qué tal el día.

–Bien, sin novedad –miente Óscar con el único fin de no comenzar otra conversación y poder dormir. Nadie podía imaginar lo largas que se le estaban haciendo las semanas de confinamiento junto a esa persona deplorable, racista y, sobre todo, clasista, como si ella aportara algo a la sociedad, a la casa o a su relación.

–Y otra cosa, yo no vuelo a salir a aplaudir al balcón, no se piensen estos comunistas que les aplaudo a ellas.

Vicente Albán (Quito, 1725-desconocido). Yapanga de Quito, 1783.Pintura al óleo, @Museo de América de Madrid.

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